La luz dorada.
Nosotros, el mar, el viento, la arena y el cielo.
Un grupo de fumareles que se abalanzan en fulminantes picados sobre el mar en busca de pescado.
Una jugosa ciruela y un gran sorbo de agua, recompensa por haber vencido a una calurosa tarde.
Cada día me resulta más fascinante la sencillez, lo esencial, más imprescindible el contacto con la naturaleza. Rellenamos nuestro tiempo con fantasías, realidades virtuales, sueños, asfixiantes aspiraciones…y aquí mismo, en este instante, se nos regalan millares de prodigios a los que, demostrando una alarmante estupidez, damos la espalda.
En un momento de la película Boyhood, padre e hijo tienen esta preciosa conversación:
Mason: Papá, ¿no hay magia real en el mundo, verdad?
Padre: ¿Qué quieres decir?
Mason: Ya sabes, como elfos y esas cosas. La gente se lo inventa.
Padre: Oh, no lo sé. Quiero decir, ¿qué te hace pensar que los elfos son más mágicos que por ejemplo una ballena? ¿Me entiendes? ¿Y si te contara que en el fondo del mar, hay un mamífero marino gigante que usa un sonar, canta canciones y que es tan grande que su corazón tiene el tamaño de un coche y que puedes arrastrarte por sus arterias? ¿Te parecería bastante mágico, no?
Ahora mismo hay millones de personas cazando Pokemons en el planeta. ¿Qué ofrece ese mundo que no ofrezca el real? Hemos llegado a un peligroso punto en el que es más fácil acceder a la ficción que a la realidad. Y ojo, no digo que la ficción no sea necesaria, ni mucho menos. Somos, como dice el gran Pablo Albo, un 80-90 % ficción. Necesitamos ese mundo para experimentar, ensayar, para emocionarnos más allá de lo imaginado. Mi dilema radica en el enfrentamiento, cada vez más feroz, entre la tecnología y la naturaleza o como el uso de esa tecnología ensancha el abismo que nos separa de lo esencial.
Sigo prefiriendo cazar la luz dorada, atrapar el viento, mojarme los pies. Supongo que me hago mayor y simplemente no lo entiendo. Pero me preocupa y mucho, porque cerrar el abismo no es cosa de uno solo o de unos pocos. Porque ese abismo es como la Nada de La Historia Interminable, que engulle bosques enteros, ensucia rios y costas, devora orangutanes, tigres y ballenas y pone en jaque hasta la posibilidad de ver el cielo estrellado y cuestionarse tantas cosas.